19 de enero de 2009

Perfil: Adalbert Stifter, pintor de modelos de noble humanidad

PERFIL
Adalbert Stifter, pintor de modelos de noble humanidad


ANNA ROSSELL

Rendir culto a lo pequeño (“Andacht zum Kleinen”), éste fue el ideal estético de Adalbert Stifter (Oberplan –Bohemia-, 1805 – Linz –Austria-, 1868), cuyas obras, precisamente por ello, no alcanzaron pleno reconocimiento hasta después de la Primera Guerra Mundial. Las consecuencias del Congreso de Viena -la constitución de Alemania en nuevos Estados y la configuración de Austria como potencia continental a partir de 1815- tuvieron su repercusión en el arte y la literatura, cuyos representantes –agotados ya los idearios del clasicismo y del romanticismo y guiados por interpretaciones opuestas de la filosofía hegeliana- adoptaron posiciones radicalmente contrarias ante el ambiente prerrevolucionario de 1848. Frente a la toma de partido político progresista de la Joven Alemania, que se sentía atraída por los centros urbanos, los autores de la burguesía conservadora de la época, que la historia de la literatura conoce como Biedermeier, prefirieron la soledad de la vida retirada en el campo, un aislamiento buscado tras el cansancio y el desencanto por los fracasados intentos de liberalizar el régimen absolutista. Sin que mediara ninguna voluntad programática entre ellos, los autores Biedermeier creyeron poder conciliar lo reaccionario con lo revolucionario, reconocieron el alejamiento de la realidad del idealismo romántico sin abjurar de él y buscaron la armonía en la síntesis, un camino a media distancia entre ambos extremos, tarea imposible que les condujo pronto a la renuncia, el pesimismo y la resignación ante el destino. Ello cristalizó en torno a los valores de la religión, el Estado, la patria chica y la familia y dio como producto una literatura ensalzadora de lo tradicional, de raigambre localista, que impidió su divulgación más allá de sus fronteras lingüísticas, contrariamente a lo que sucedía en esta misma época en Francia o Gran Bretaña, que practicaban una literatura de cuño universal. Por ello nombres como Annette von Droste-Hülshoff, Franz Grillparzer, Karl Immermann, Nikolaus Lenau, Eduard Mörike, Ferdinand Raimund o Adalbert Stifter, por nombrar sólo los más destacados, no han trascendido apenas fuera del ámbito de conocimiento de los especialistas. Por ello llama la atención la coincidencia ahora de la publicación de cuatro obras de Adalbert Stifter, el que probablemente llegó a ser el prosista Biedermeier más destacado, por parte de cuatro editoriales distintas: Abdías (Editorial Nórdica), Brigitta (Bienza), El sendero en el bosque (Impedimenta) y Verano tardío (Pre-textos).
Stifter, hijo de un tejedor y comerciante de lino, criado en los bosques de bohemia, para quien el arte consistía en “trabajar en lo que este mundo tiene de celestial”, fue heredero de la religiosidad católica burguesa y de los ideales humanistas y estéticos de Goethe. A su escritura preciosista, que rendía culto a la vida honrada y sencilla del humilde creyente que encuentra la paz interior en una recta conducta moral sin pasiones ni ambiciones al servicio de la pequeña comunidad, se le reprochó con razón la idealización del mundo rural hasta la afectación, pero precisamente esta devoción suya por los paisajes naturales y las situaciones idílicas constituye al propio tiempo el punto débil y el fuerte de su literatura. Su capacidad de observación y el cuidado de lo nimio dieron a su pluma la agilidad del pincel. Stifter, pedagogo, pintor y autor literario, se consideraba a sí mismo antes pintor que escritor y son sin duda sus descripciones del paisaje lo más logrado de su literatura. El escritor austríaco pinta con maestría bosques, montañas, lagos, ríos, valles y campos, penetra en los ambientes y consigue sincronizar las percepciones sensoriales, de modo que el olfato y el oído acompañan al lector en la visualización de cuadros, que le retrotraen a las pinturas del romanticismo de Caspar David Friedrich o le anticipan estilos posteriores, como los de Max Ernst o Arnold Böcklin, que se inspiró indudablemente en un pasaje de la narración El solterón para componer su obra más conocida La isla de la muerte (1886). Los textos de Stifter nacen animados de un espíritu moralizador, edificante, a partir de vidas que pretenden ser modélicas, rezuman melancolía del pasado y adoptan a menudo la forma de cuentos, narraciones de otro tiempo o recuerdos de la infancia. Sus primeras narraciones, algunas con reminiscencias románticas al estilo de Jean Paul, que vieron la luz de modo aislado en revistas y publicaciones periódicas y editadas más tarde bajo la denominación de “estudios” en seis volúmenes (1844-1850), reflejan ya su concepción humanística del hombre y de la naturaleza. Sus dos grandes novelas, Witiko (1865-1867) y Verano tardío (1857), son claro testimonio de su propósito moldeador de la conciencia individual. La primera, ubicada en la Bohemia del siglo XII, es una aportación importante al desarrollo de la novela histórica en lengua alemana, influida por Walter Scott, y se propone la educación de toda una colectividad en el sentido de la filosofía de la historia de Herder, la idea de que cada pueblo constituye una manifestación del plan divino y que su desarrollo sólo puede ser entendido en su pleno sentido en la medida en que se capte su "espíritu". La segunda, una novela de formación al estilo del Wilhelm Meister de Goethe, en la que el joven protagonista, hijo de un comerciante, va adquiriendo paso a paso las virtudes cristianas necesarias para llegar a ser un hombre de bien. Imbuido de espiritualidad intimista, Stifter sintetiza los principios fundamentales que han de orientar la conducta del ser humano en lo que él llama la “dulce ley” (“das sanfte Gesetz”, como aclara en la introducción a su antología Piedras de colores), que él anima a buscar en las manifestaciones de la naturaleza paisajística y humana, para conseguir el idilio de equilibrio y armonía en que se manifiesta la divinidad. La publicación ahora de estos cuatro libros, que abarcan un amplio espectro cronológico de la obra creativa de este autor –de 1842 a 1857- nos ofrece la posibilidad de conocer este período de la literatura de expresión alemana a partir de uno de sus exponentes más representativos.

(En: La Vanguardia / Culturas, núm. 343, 14 de enero 2009)