26 de agosto de 2009

Cambio de nombre de esta "Etiqueta"

He cambiado el nombre de la etiqueta "Literatura colectiva" por el de "A escribir, que son dos días: literatura colectiva". Ahora la encontraréis bajo este nuevo nombre: es la primera de la lista.

Chad, cuaderno de bitácora (3). Anotaciones de una médica española voluntaria en Chad

CHAD, CUADERNO DE BITÁCORA (3).
Anotaciones de una médica española voluntaria en Chad,

Anónimo

Martes 4 de agosto

Mañana salimos para Sarh. Me hace ilusión volver y además me va a venir bien tomar unos días de distancia. Hace 4 semanas que la única salida del recinto del hospital es para ir al mercado los domingos.
Es una suerte poder vivir esta experiencia, hablarla y reflexionarla con tan buenos compañeros, que me ayudan a ir más allá de lo aparente, de lo superficial. Mucho de lo que cuento sale de las conversaciones con Lluís y Aurelie, la enfermera francesa coordinadora de la Escuela de Enfermería. Tenemos súper buena relación y con su experiencia estamos ganando mucho en comprensión de la cultura y en acercarnos a la gente. Con el paso de los días me voy dando cuenta que es una lástima perder la oportunidad de conocerlos. Son tan tan distintos, que a veces da un poco de miedo. Barthelemy, el médico chadiano, es de la etnia tupurí. Tienen unas tradiciones muy arraigadas y, a veces, violentas. Esta semana ha ido a N’Djamena a pagar la dote de su mujer, 12 bueyes, y a traérsela. A cambio el padre de la chica le ha entregado una vara con la cual puede pegarla si no se comporta como se espera. Hoy los hemos invitado a los dos a comer a la casa de los cooperantes. Ella no ha abierto la boca; así es cuando las mujeres están en presencia de los hombres. Pero si no hablamos con Barthe porque su manera de pensar nos parece repulsiva, perdemos la oportunidad de darle una visión diferente de las cosas y además nos cerramos a la posibilidad de ver que su comportamiento no se debe a la crueldad, sino al poco cuestionamiento que hace de unas tradiciones que dan sentido a su vida en muchos aspectos. Podrá parecernos horrible, pero es un camino que tienen que recorrer ellos si quieren y cuando quieran. Y digo ellos, refiriéndome a los hombres y a las mujeres, porque en muchas ocasiones ellas contribuyen a perpetuar esas tradiciones. Según nos han explicado, como de los hombres se espera que ejerzan su autoridad sobre las mujeres, porque es muestra de su virilidad, hay mujeres que provocan a sus maridos para que las peguen, para mostrar socialmente que están con hombres muy hombres. Evidentemente esto no los justifica, pero ilustra la complejidad de las motivaciones y lo arriesgado que es juzgar. Tampoco están nuestras sociedades como para dar lecciones de convivencia ni de igualdad de oportunidades, y vamos avanzando a nuestro ritmo, el que marcamos los hombres y las mujeres que las formamos, a veces a trompicones, sin que nadie nos juzgue como sociedad.
Junto a esto, que resulta desesperanzador, se ven ejemplos de gente que ha decidido ser crítica con los aspectos que su tradición impone y que consideran negativos. Padres que han decidido que la iniciación de sus hijos e hijas no se acompañe de las heridas en la cara, que más tarde se convierten en cicatrices queloideas, marca de identidad de las diferentes etnias. Parejas que deciden limitar el número de hijos para poderles dar una mejor educación.
Pero cada uno de estos pasos es muy dificultoso; los avances son tremendamente frágiles. Aquí la vida no tiene apenas perspectivas, no hay casi lugar para la ambición ni para los sueños. Ni siquiera las pocas personas que tienen un trabajo remunerado pueden aspirar a demasiado. El trabajo no tiene nada que ver con la realización personal. El sueldo da para la supervivencia justísima de unas familias muy extensas. Conociendo esto, se comprende un poco mejor la dificultad para mantener la motivación del personal local en el trabajo y el alto índice de alcoholismo entre los enfermeros, por ejemplo. El ÚNICO placer, lo ÚNICO superfluo que se pueden permitir es el alcohol, en forma de billi-billi, una bebida de maíz fermentado que cuesta a 25-30 cefas (unos 5 céntimos de euro) la calabaza y alguna cerveza, muy pocas (cuestan 750 cefas, algo más de 1 euro), a principios de mes. Hay que pensar que el sueldo de un enfermero aquí es de 70 000 CFC (poco más de 100 euros) y que tienen el compromiso de quedarse durante 10 años como pago de sus estudios.


Lunes 10 de agosto

Esta tarde hemos llegado de Sarh después de 5 días superintensos que han servido para cuidar el cuerpo y el espíritu, descansar, comer bien, jugar con niños como niños, reír, charlar, compartir… Pero sobre todo han servido para constatar cuánta Vida hay en este país, a pesar de que las cosas en general no funcionan y de que su gente se muere mucho antes de lo que toca.
He vuelto a Maïngara, el centro sanitario donde pasamos la mayoría del tiempo el año pasado. Es un dispensario que dispone de unas 20 camas de hospitalización, donde la patología más relevante es el SIDA y los recursos materiales y humanos son mucho más limitados que en Goundi. Había olvidado la sensación de impotencia abrumadora ante una realidad tremendamente pesada para el alma. Y sin embargo es allí donde nació la idea y la ilusión por volver.
Es conmovedor entender el significado de que alguien te lleve en su corazón, ver su cara de sorpresa y agradecimiento al descubrir que has vuelto. No son los amigos, no es la familia, es gente que apenas te conoce, de corazón limpio, que valora muy profundamente que hayamos salido de casa para estar con ellos, mucho más allá de lo que objetivamente les hemos podido aportar.





Y como expresión de esta alegría por estar contigo, por poder compartir un rato hoy, la generosidad sin medida. Hemos tenido la ocasión de estar en las casas de algunos jóvenes chadianos, compartiendo comida con sus familias. Viendo la sencillez de los lugares donde viven, verles sacar botellas de refrescos, vino y cerveza para agasajarnos, dolía a mis ojos primermundistas, que miran las cosas bajo un prisma economicista con demasiada frecuencia. Para qué tanto gasto, si podrían emplear el dinero en comprar bienes de primera necesidad que no tienen o están demasiado gastados. Pero el corazón a veces necesita manifestarse sin mesura, incluso con exageración, sin finalidad alguna; habría que permitírselo más a menudo.
Y junto a ellos, siempre a su lado, con una mirada tierna sobre la realidad, los misioneros que trabajan sin descanso para dar formación, curar o aliviar sufrimiento en los centros sanitarios, consolar, acompañar…, conscientes de que las cosas no cambian, cambian poco o cambian a peor.


Viernes 21 de agosto

En Goundi quedamos ahora los que seremos hasta diciembre (mi vuelta), exceptuando una comadrona francesa que llegará en unas semanas.
Empezó la cotidianeidad coincidiendo con un pico de paludismo que llega con el comienzo, ahora sí, de la temporada de lluvias de verdad, las diarias, las que mojan bien el campo y le dan vida, que será comida. Estas últimas semanas estábamos viendo aumentar los casos de malnutrición, no sé si de manera superior a otros años en esta época, la más crítica, porque se agotan las reservas de grano del año anterior y todavía no se ha podido recoger la cosecha del presente. La malnutrición es de las cosas más duras de ver. Los malnutridos son niños tristes, apagados, malhumorados, con un llanto agudo, a menudo inconsolable; nada que ver con los que nos alegran los paseos por el pueblo. Se pueden distinguir fácilmente dos tipos de malnutridos, unos menudos, de piel arrugada colgando sobre huesos marcados y otros que parecen gorditos porque les faltan proteínas y están hinchados por los edemas (acumulación de líquido en los tejidos) y paradójicamente son más rubios y claros de piel. Cuando les pellizcas los muslitos son como de mantequilla; ni una fibra muscular. Las causas de la malnutrición son muy variadas: la escasez de alimentos antes comentada, la competencia de un montón de hermanos a la hora de comer lo que el padre ha dejado para los niños, la ignorancia a la hora de asociar causalmente el estado del niño a la falta de alimentación, el desánimo y el cansancio de las madres al tenerse que ocupar de manera especial de uno de sus hijos, cuando hay muchos otros que reclaman su atención y sus cuidados. Hay niñitos que prácticamente sólo comen el poso azucarado de las infusiones que toma su padre. En el proceso hay un punto de no retorno, en el que la carencia absoluta de proteínas hace que ya no sea posible cicatrizar ni una herida de una piel sumamente frágil ni superar la más leve infección, por muchas curas que hagas y antibióticos que des.
Con la eclosión del paludismo llegó el caos a los centros de salud, ya de por sí sobrecargados de asistencia y con un personal poco motivado. Desde el 18 de agosto no hay medicamentos en algunos centros, lo que conlleva la derivación automática al hospital. Eso es catastrófico porque encarece la atención, nos sobrecarga a nosotros y nosotros inevitablemente sobrecargamos al laboratorio y al resto de “servicios” del hospital. Como en todas partes la atención primaria es fundamental para el funcionamiento del sistema, así que Leopoldo lleva toda la semana haciendo el recorrido de todos los centros de salud para detectar problemas y planificar las soluciones. La primaria hay que cuidarla, invertir, acompañar a la gente que trabaja en ella. No puedo evitar que me salga la médico de familia que llevo dentro.
Así que Lluis y yo estamos consultando por separado, todo un desafío para un recién licenciado (y para mí), que está afrontando con gran valentía, profesionalidad y acierto.
Ahora que somos menos, la convivencia se ha convertido en un nuevo reto. En realidad lo es siempre. Los misioneros son superhombres y supermujeres muy humanos. Son gente normal que ha tenido que ir rompiendo los muros de sus miedos y que franquean continuamente los que creían que eran sus límites físicos y emocionales. Eso marca carácter y acumula mucha tensión que cada uno libera a su manera, como puede. Todos tenemos nuestros momentos y nuestras cosas. A mí me da por hacer el payaso, sacar punta a todo, tener una risa tonta… Puedo resultar muy pesada.
Esta semana hemos vivido momentos especiales en casa de unos compañeros, Auguste, uno de los guardas del recinto, y Theodor, el enfermero que nos hace de traductor en la consulta. En sus concesiones, una especie de corrales que encierran una pequeña construcción de ladrillo (un cuarto) y alguna otra de adobe, nos esperaban sus familias, las cabras, las gallinas, los cerdos y una mesita con sillas dispares a su alrededor. Como es habitual, las mujeres no se sentaron con nosotros, sino que nos fueron agasajando con comida y bebidas mientras ellos nos mostraban como un tesoro su álbum de fotos viejo y manoseado. Es conmovedor ver la importancia que tiene una foto de aquel extranjero que pasó por aquí y se la mandó y que pueden contemplar de vez en cuando para recordarlo.
En casa de Theo, junto a su mujer, estaban sus ocho hijos, de entre 14 años y 21 días de vida. Nosotros nos acomodamos en las sillitas para compartir el plato típico de esta región del Chad, la boule, una masa de cereal (mijo, sorgo o mandioca) hidratado que se va pellizcando y mojando en una salsa de verdura y aceite de “carité”. Los niños y la mujer se sentaron en una especie de alfombra frente a nosotros. Estuvimos así dos horas; se portaron súper bien. Para ellos debía ser algo parecido a ver en la televisión algún acontecimiento importante. Cayó la noche y, con un cielo estrellado imponente como techo, asistimos a los bailes con los que nos obsequiaron, al ritmo de sus propios cantos primero y después al de la música de un sencillo radio-casete a pilas.

(La autora es médica voluntaria en Chad desde julio del 2009)

Chad, cuaderno de bitácora (2). Anotaciones de una médica española voluntaria en Chad

CHAD, CUADERNO DE BITÁCORA (2).
Anotaciones de una médica española voluntaria en Chad,

Anónimo

Es una suerte poder vivir esta experiencia, hablarla y reflexionarla con tan buenos compañeros, que me ayudan a ir más allá de lo aparente, de lo superficial. Mucho de lo que cuento sale de las conversaciones con Lluís y Aurelie, la enfermera francesa coordinadora de la Escuela de Enfermería. Tenemos superbuena relación y con su experiencia estamos ganando mucho en comprensión de la cultura y en acercarnos a la gente. Con el paso de los días me voy dando cuenta que es una lástima perder la oportunidad de conocerlos. Son tan tan distintos, que a veces da un poco de miedo. Barthelemy, el médico chadiano, es de la etnia tupurí. Tienen unas tradiciones muy arraigadas y, a veces, violentas. Esta semana ha ido a N’Djamena a pagar la dote de su mujer, 12 bueyes, y a traérsela. A cambio el padre de la chica le ha entregado una vara con la cual puede pegarla si no se comporta como se espera. Hoy los hemos invitado a los dos a comer a la casa de los cooperantes. Ella no ha abierto la boca; así es cuando las mujeres cuando están en presencia de los hombres. Pero si no hablamos con Barthe porque su manera de pensar nos parece repulsiva, perdemos la oportunidad de darle una visión diferente de las cosas y además nos cerramos a la posibilidad de ver que su comportamiento no se debe a la crueldad, sino al poco cuestionamiento que hace de unas tradiciones que dan sentido a su vida en muchos aspectos. Podrá parecernos horrible, pero es un camino que tienen que recorrer ellos si quieren y cuando quieran. Y digo ellos, refiriéndome a los hombres y a las mujeres, porque en muchas ocasiones ellas contribuyen a perpetuar esas tradiciones. Según nos han explicado, como de los hombres se espera que ejerzan su autoridad sobre las mujeres, porque es muestra de su virilidad, hay mujeres que provocan a sus maridos para que las peguen, para mostrar socialmente que están con hombres muy hombres. Evidentemente esto no los justifica, pero ilustra la complejidad de las motivaciones y lo arriesgado que es juzgar. Tampoco están nuestras sociedades como para dar lecciones de convivencia ni de igualdad de oportunidades, y vamos avanzando a nuestro ritmo, el que marcamos los hombres y las mujeres que las formamos, a veces a trompicones, sin que nadie nos juzgue como sociedad.
Junto a esto, que resulta desesperanzador, se ven ejemplos de gente que ha decidido ser crítica con los aspectos que su tradición impone y que consideran negativos. Padres que han decidido que la iniciación de sus hijos e hijas no se acompañe de las heridas en la cara, que más tarde se convierten en cicatrices queloideas, marca de identidad de las diferentes etnias. Parejas que deciden limitar el número de hijos para poderles dar una mejor educación.
Pero cada uno de estos pasos es muy dificultoso; los avances son tremendamente frágiles. Aquí la vida no tiene apenas perspectivas, no hay casi lugar para la ambición ni para los sueños. Ni siquiera las pocas personas que tienen un trabajo remunerado pueden aspirar a demasiado. El trabajo no tiene nada que ver con la realización personal. El sueldo da para la supervivencia justísima de unas familias muy extensas. Conociendo esto, se comprende un poco mejor la dificultad para mantener la motivación del personal local en el trabajo y el alto índice de alcoholismo entre los enfermeros, por ejemplo. El ÚNICO placer, lo ÚNICO superfluo que se pueden permitir es el alcohol, en forma de billi-billi, una bebida de maíz fermentado que cuesta a 25-30 cefas (unos 5 céntimos de euro) la calabaza y alguna cerveza, muy pocas (cuestan 750 cefas, algo más de 1 euro), a principios de mes. Hay que pensar que el sueldo de un enfermero aquí es de 70 000 CFC (poco más de 100 euros) y que tienen el compromiso de quedarse durante 10 años como pago de sus estudios.
Ya casi estamos trabajando a ritmo de CAP de Barcelona, algunos días incluso superamos el número de visitas de los CAPs privilegiados. Ayer hicimos 27 primeras visitas y 17 controles. Acabamos muertos. Como en todas partes hay gente que no tiene nada, algunos que tienen miedo de tener algo y otros que tienen algo pero ni tu arte ni las poquísimas pruebas complementarias de las que dispones permiten aclararlo. Sin embargo aquí la barrera idiomática y la diferente concepción del mundo dificultan muchísimo las cosas. La gente no sabe qué edad tiene, ni cuándo nació un niño que no puede tener más de 6 meses, ni cuándo empezó un síntoma. En lo temporal las cosas se relacionan con acontecimientos vitales o naturales (plantación del cacahuete, la primera lluvia del año…) y las asociaciones causa-efecto son muy diferentes de las nuestras. Algo te pasa desde que alguien te dio la mano, desde que una mujer que a nuestros ojos no existe te sedujo o desde que el gato del vecino se murió. Cuando preguntas a alguien cómo está (“ça va?”) la respuesta es siempre “ça va un peu” porque si dices que estás bien del todo, inmediatamente te va a suceder algo malo. Con Aurelie, la coordinadora de la Escuela de Enfermería, comentábamos que lo que más nos cuesta entender a nosotros, lo que nos resulta más desesperanzador, es que raramente esa concepción del mundo y de la causalidad varía aunque haya una formación científica que racionalmente la contradiga. El año pasado alguien perdió un brazo a causa de un accidente, pero se extendió la voz de que había sido porque alguien le había dado la mano. Uno de los sospechosos de la desaparición del miembro estuvo a punto de morir apaleado y durante semanas los enfermeros del hospital no daban la mano a nadie.



Hace unos días llegó un niño de unos 12 meses con un paludismo grave en estado comatoso con una anemia severa y con un edema agudo de pulmón (pulmones encharcados). El niño se moría claramente y los enfermeros y la monja de los Cuidados Intensivos (sólo significa que en el servicio se hacen tratamientos endovenosos y que hay un enfermero de guardia por la noche, a diferencia de los Cuidados post-Intensivos, en los que no hay nadie) intentaron buscar una vía pero al no conseguirlo, lo dejaron correr. Allí estábamos Lluís, Martí y yo, contemplando cómo el fatalismo realista (muy realista) hacía que no se luchara ni un poquito más por una vida de sólo unos meses. Dudamos, por la falta de experiencia y por la conciencia de que los recursos son muy limitados, pero allí se lanzó Martí. Consiguió que la yugular se le hinchara ligeramente justo para sacar un poquito de sangre, que permitió hacer las pruebas de compatibilidad con la madre. Luego milagrosamente encontró una venita en el brazo para pasarle la transfusión y con un poquito de seguril (jamás pensé en dárselo a un niñito de 1 año) y un antipalúdico, lo dejamos luchando, con la certeza absoluta de que al día siguiente ya estaría. Nuestra reflexión fue que cada uno tiene que llegar hasta donde sus conocimientos le permiten llegar y hasta donde la experiencia y la conciencia le dicen que llegue. Nosotros no podíamos hacer otra cosa.

(La autora es médica voluntaria en Chad desde julio de 2009)

Chad, cuaderno de bitácora (1). Anotaciones de una médica española voluntaria en Chad

CHAD, CUADERNO DE BITÁCORA (1).
Anotaciones de una médica española voluntaria en Chad,

Anónimo

Llegamos al Chad el 7 de julio [de 2009] por la noche después de un periplo por los aeropuertos de Milán y Trípoli.
La fiebre por la gripe A ha llegado hasta África y en cada vuelo nos hicieron declarar que no habíamos tenido tos, ni fiebre ni ningún contacto con nadie que la hubiera tenido y en Trípoli además pasamos por un sensor de temperatura. Un trabajador del aeropuerto hasta se nos disculpó por el retraso que eso nos suponía, como si fuera el resto del pasaje negro el que podía transportar el virus y no nosotros.
Al día siguiente salimos hacia Doba en el bus de Madame la Presidenta. Todo el camino hasta Koumra está asfaltado ahora y eso ha mejorado muchísimo la comunicación. Parece que los conductores van ganando en experiencia y esta vez no atropellamos a ningún chadiano ni matamos ningún pollo.
El primer día en Goundi pasamos visita con Leopoldo, el médico jesuita chileno. Entre las 7 y las 13 h pasó por todos y cada uno de los pacientes hospitalizados (unos 70), hizo 7 u 8 ecografías y unas 35 visitas de consultorio con una punción lumbar incluida sobre la marcha y además operó una hernia incarcerada de un viejito que llegó con fiebre. Este hombre tiene una capacidad fuera de lo normal para la medicina, para trabajar y para todo en general, porque además es tremendamente culto. Es una delicia conversar con él; no se deja de aprender.
La verdad es que una se siento muy poca cosa ante el volumen de trabajo, la gravedad y crudeza de los cuadros clínicos y la naturalidad con la que se vive la muerte. Me abruma tener la sensación de molestar más que otra cosa, mi ignorancia en casi todo, la manera diferente de ejercer la medicina, la presión del imperativo de ser resolutivo por la urgencia de los casos y el volumen de pacientes a visitar.
El viernes 17 de julio llegó Francesc, el jesuita que se ocupa de la cirugía. Ha estado de vacaciones 2 meses en Barcelona. Es el descanso que hace cada 2 años; aquí no hay días de fiesta porque el domingo, aunque no hay cirugía programada, está de guardia. Y si no siempre hay cosas de mantenimiento pendientes, aparatos estropeados… Sabe de todo, cirugía de TODO tipo, electricidad, electrónica, mecánica de coches, saneamiento… y lo que no sabe, lo aprende. O eso, o el uso y el tiempo lo estropean todo y no funciona nada.
Visto el panorama, pronto hubo que dejar de lado los múltiples miedos y empezamos a hacer consultas externas en una consulta separada. Es difícil explicar a qué se tiene miedo en estas circunstancias, es miedo a no saber, a no entender, a mostrarse ignorante, a equivocarse, a hacer daño… Las dificultades son muchas, principalmente desentrañar lo importante entre los síntomas y malestares que expresa cada paciente y llegar a un diagnóstico, apoyándote sólo en esa historia clínica que antropológicamente resulta tan difícil de interpretar.
Hace un mes que debería estar lloviendo a diario y sólo lo hace una vez a la semana. La tierra es muy mala y sólo da cultivos de ciclo corto, cacahuete, mijo, mandioca, que necesitan de estas lluvias para crecer. La gente está preocupada; el cambio climático aquí ya significa comer o no comer.
Pese a las pocas lluvias, ha empezado la temporada del paludismo. Sin duda es el principal problema aquí, se lleva un montón de niños pequeñitos. El parásito produce una destrucción de glóbulos rojos, que los deja con unas anemias terribles en horas, ves como la vida se les escapa cada segundo que pasa, los minutos que se tardan en encontrar un donante compatible entre sus acompañantes se hacen eternos. Una transfusión y la primera dosis de quinina hacen que pasen de un estado comatoso a toda la vida de su tierna infancia en poco tiempo.
Los chadianos me enseñan mucho cada día sobre el sufrimiento. El dolor físico, las carencias, las ausencias, forman parte de su vida desde muy pronto. Y se van de la vida agarrándose a ella con todas las fuerzas que la experiencia les ha dado, que son muchas.
La verdad es que los misioneros suscitan una admiración infinita. Venir aquí 6 meses es una cosa, pasar 30 años no tiene nada que ver, habla de una fortaleza psicológica, una firmeza de voluntad y un amor al otro fuera de lo normal. La vida no es fácil. Comemos bien, pero no hay lugar para excesos de ningún tipo, uno se alimenta para trabajar..., las relaciones humanas son sólidas pero distantes, la gente está por el trabajo, por una realidad bien dura que con el tiempo debe hacer huir de la sensiblería...
Eso sí, no se me ocurre ningún sitio mejor para aprender medicina tropical y practicar una medicina integral. Uno no se puede permitir un no sé, o un en estas condiciones no se puede hacer nada. O haces algo o la gente se muere y si haces algo, a menudo, no se mueren. Hace unos días vi un parto de una primípara que llevaba varios días en casa, tenía todo el útero infectado, olía que apestaba. Pues el jesuita la vio llegar mientras él se dirigía a casa a comer, se la metió en la sala de partos, le hizo una sinfisiotomía parcial (una técnica que, sin hacer una cesárea, consigue 2 cm más de diámetro) y sacó al niño, que yo di ciertamente por muerto, bañado en aguas meconiales y pus ... El otro jesuita cogió el bebé, que estaba totalmente átono, blanco, pestilente, con un hematoma en el cuero cabelludo que se le debió llevar un cuarto de su sangre, empezó a aspirarle, a hacerle maniobras de reanimación y a estimularlo. El niño está vivo hoy. Con lo que sufrió para venir al mundo, seguro que va a tener muchas secuelas, pero él pelea como un jabato para quedarse. No es el único que tendrá que seguir adelante con las huellas que su difícil nacimiento dejó en él. Aquí no hay respiradores, ni incubadoras ni nada que se le parezca, así que no es que pusiera en práctica unas medidas extraordinarias. Se trata de tomarse en serio el trabajo, de no caer en la desidia y que el desánimo no te pueda. No os podéis imaginar las cosas que llegan a hacer, la complejidad de los problemas que se atreven a tratar y el rigor científico con el que lo hacen. Una aproximación superficial (la mía el año pasado) te hace caer en la tentación de poner en tela de juicio algunos aspectos de su manera de trabajar, cuestionar si su actuación está o no basada siempre en la evidencia científica. Hoy sólo puedo quitarme el sombrero, intentar que se me pegue algo y ponerme a su disposición.
Es cierto que nuestras relaciones se limitan casi sólo a los misioneros de las distintas congregaciones. Con los chadianos, hasta el momento, el abismo cultural y lingüístico es tal, que la relación casi se limita sólo a las cuestiones técnicas del hospital, cosas prácticas con los trabajadores de la casa... No sé si el tiempo cambiará eso. Son muchísimos los contrastes que el día a día pone de manifiesto. Algunos resultan graciosos, como el hecho de que la diferente concepción espacial haga que a veces los mangos de las puertas abran hacia arriba y no hacia



abajo, que las jaboneras se coloquen en vertical en vez de en horizontal, de manera que te encuentras el jabón haciendo equilibrios en un quicio de 1’5 centímetros, en vez de cómodamente asentado en la amplia superficie que en otros lares le habíamos asignado. Otras veces estas diferencias ponen a prueba nuestra paciencia, nuestra capacidad de comprensión y aceptación. Hay que respetarlas. No hay que olvidar que aquí nosotros somos los invitados.
Los domingos solemos ir al mercado. Junto a las películas nocturnas, la lectura y el ratito de internet, es nuestro entretenimiento. Esta vez hemos paseado por la zona de venta de ganado. Es territorio de hombres, sobre todo árabes, que son los que se dedican fundamentalmente a la ganadería. Así que un grupo de cinco nassaras (como nos llaman a los blancos), dos de ellos mujeres, cantaba como una almeja. Es difícil habituarse a ser siempre el blanco (nunca mejor dicho) de todas las miradas, pero esta vez nos lo hemos ganado a pulso. Era una visita que merecía la pena no perderse.
En el Chad, dejando de lado las luchas por el poder, es la división entre agricultores y ganaderos, la fuente principal de los conflictos. No es un enfrentamiento religioso. Lo poco que da la tierra es fruto de un trabajo muy penoso, manual y lento. Los grandes rebaños descontrolados de bueyes o cabras arrasan todo lo que encuentran a su paso. Son los árabes nómadas del norte, los que los dirigen. En cambio, los árabes asentados en pueblos y ciudades conviven sin problema con musulmanes de otras etnias, animistas y cristianos, si bien es cierto que no hay demasiada interacción.
En cualquier caso, un paseo siempre es terapéutico. Las caras de los niños que salen a tu encuentro, que te piden simplemente un saludo o que les des la mano, ofreciéndote la mejor de sus sonrisas, no tiene precio. Un blanco es un acontecimiento. Debe ser comparable a darle la mano a Micky Mouse en Disneyworld.

(La autora es médica voluntaria en Chad desde julio de 2009)