6 de septiembre de 2012

LA VERDADERA HISTORIA ESTÁ EN LOS REPLIEGUES

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Joseph Roth, Job. Història d’un home senzill, 
Trad. de Judith Vilar,
L’Avenç, Barcelona, 2012, 174 págs.
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por Anna Rossell
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Magistral esta novela del gran narrador centroeuropeo Joseph Roth (Brody –Galicia del este, Imperio Austrohúngaro-, 1894; París, 1939), que a partir de un argumento sencillo sabe contar un capítulo de la historia con mayúsculas, la de los judíos del este europeo en las primeras décadas del siglo XX. Nada como la buena literatura para documentar unos hechos, un comportamiento, una forma de ser y de vivir, las consecuencias de los sucesos sobre la vida de los individuos. Porque sólo un observador preciso dirige su mirada hacia el detalle significativo, hacia lo sutil y lo inefable, sabe que la verdadera historia está en los repliegues, y sólo una pluma sensible es capaz de transmitirla. La historiografía al uso carece de herramientas para ello. Roth pertenece a ese linaje de escritores de la llamada generación perdida europea del siglo XX que asistió a las grandes transformaciones político-sociales de su continente, acontecimientos que él quiso y logró documentar magníficamente. Nadie como él supo retratar el desmoronamiento del imperio austro-húngaro (La marcha de Radetzky, 1932), nadie predijo, diez años antes, la ascensión del nazismo al poder (La tela de araña, 1923). Coetáneo y amigo de Stefan Zweig -como él, judío-, sus diferencias radicaban en su posicionamiento ante los acontecimientos, en el caso de Roth de simpatía decididamente socialista durante muchos años, antes de que en 1926 -desencantado por su estancia en la Unión Soviética- su escritura diera un vuelco melancólico de nostalgia hacia la desaparecida monarquía. Roth es el narrador por excelencia que dominó y practicó todo tipo de registros (reportaje, glosa, crítica teatral, cinematográfica y literaria). Dedicado tanto al periodismo –trabajó para los periódicos más importantes de su tiempo- como a la ficción literaria, algunos estudiosos valoran por igual la alta calidad de sus crónicas periodísticas y la de su narrativa más estrictamente literaria. La sagacidad y precisión de sus artículos lo sitúan a la altura de otros coetáneos de renombre como Egon Erwin Kisch y Kurt Tucholsky. Este dominio de los géneros, unido a la extraordinaria capacidad de recepción de Roth, cristaliza en una prosa a menudo poética, de gran belleza, magníficamente vertida al catalán por la traductora, que nos permite acercarnos a personajes vivos y a ambientes intimistas, descritos con la profundidad psicológica y la precisión de quien pinta un cuadro tras cuya prolijidad de detalles y gestos se esconde lo verdaderamente importante de una historia. Job, relata como reza el subtítulo, el devenir de un hombre sencillo, un judío –Mendel Singer-, que vive humildemente con su esposa y sus cuatro hijos en la pequeña localidad de Zuchnov, en la Rusia de los zares. Como la figura del Job bíblico, Singer es un hombre piadoso y temeroso de Dios, al que progresivamente asolan todas las desgracias, que, como Job, asume como voluntad divina, hasta que la acumulación de adversidades le lleva a ver en el cielo a su enemigo más acérrimo y a perder la fe. La familia de Singer no se nos presenta como un caso aislado. De la mano de Roth conocemos los avatares que aquejaron a tantas otras familias de su condición y creencias en la Rusia campesina de los años anteriores a la Gran Guerra, la emigración a los Estados Unidos, su acogimiento allí por parte de la comunidad judía, la fraterna cordialidad reinante en el barrio de sus correligionarios, las consecuencias de la campaña bélica, … . Sólo el final, un tanto sorprendente y poco realista, testimonia –la novela vio la luz en 1930- la regresión de Roth a una fe ciega en valores ancestrales como tabla de salvación para el humano.
En España se dio a conocer muy pronto (desde los años treinta del siglo pasado) la literatura de este gran narrador centroeuropeo, en cambio los estudios sobre ella y su vida se han hecho esperar. Pero entretanto al renovado interés por su obra –veinticinco libros sólo a partir del año 2000, doce en Acantilado- se han añadido estudios (dos de ellos, de Géza von Cziffra, también en Acantilado) como los de Pilar Estelrich, Visió d’Àustria a Joseph Roth (Universidad de Barcelona, 1992), Soma Morgenstern, Huida y fin de Joseph Roth (Pre-Textos, 1999, 2008), Géza von Cziffra, El santo bebedor. Recuerdos de Joseph Roth (Trea, 2000; Acantilado, 2009), Claudio Magris, Lejos de donde. Joseph Roth y la tradición hebraico-oriental (Eunsa, 2002, 2003, 2004), Olga García, La obra de Joseph Roth, Liceus, 2006), Géza von Cziffra, Joseph Roth, cuentista extraordinario (Acantilado, 2009) y la biografía de Helmut Nürnberger, Joseph Roth (Alfons el Magnànim, 1995).

© Anna Rossell

PORQUE SOMOS AÚN NUESTROS ANCESTROS

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José Florencio Martínez,
Teseo no saldrá del laberinto
in-VERSO ediciones de poesía, Barcelona, 2012, 122 págs.
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por Anna Rossell
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“Seguimos siendo griegos”, afirma el autor de Teseo no saldrá del laberinto en su introducción. Y el bello poemario que nos ofrece es el reto que José Florencio Martínez (Trespaderne –Burgos- 1950) asume con el propósito de demostrarlo.
Dividido en tres partes –I De cuando los mitos, II Grecia clásica y III Grecia helenística-, la voz poética recorre los iconos más representativos de nuestros ancestros griegos para evocarlos y rendir agradecido homenaje a lo que el poeta considera, con George Steiner -uno de sus referentes-,” la génesis del ideal griego: entusiasmo por la verdad, hambre de conocimiento, pasión por la libertad”, que constituye aún hoy el sello identitario de Europa. Se alternan en el poemario, de ademán épico, la intención puramente descriptiva con otra más reflexiva y filosófica o la de solazarse en la belleza, cuando la mirada deja de ser contemplativa para devenir sensual y sexual. El autor, quien gusta del endecasílabo blanco y del soneto -aunque no exclusivamente, y siempre con cuidado exquisito de la musicalidad-, deja clara desde el primer momento su adscripción al código filosófico-literario borgiano –su segundo referente-, que introduce una distancia irónica en el poema entremezclando el registro estilístico arcaizante con otro postmoderno -incluyendo el inglés-, amalgama de clasicismo y contemporaneidad. Así hace recordar a la voz poética tiempos pasados: “Tenían, entonces, el tamaño justo / de un hombre las estatuas de los dioses. / Y vinimos nosotros deambulando / por los acantilados, las penínsulas, / […] / El tiempo era un caballo de papel / que perseguía la luna por el agua. / […] / En un claro del bosque recogimos / el legado del pájaro de fuego / y seguimos en la rueda del tiempo / por los barrancos y los tremedales. / A lo lejos siseaban las sirenas: / -‘Paradise now…, paradise now…’ y el eco / dispersaba en la fronda su señuelo. […].” (Congreso de máscaras). O bien invoca al dios: “Zeus, hijo de Cronos, / […] / y jefe del Olimpo, / pues por tus venas corre / toda la mala leche / de la cabra Amaltea / que te crió de niño / […] / ¡Deja esa mala baba / que acarrea tu rostro, / o emplea tu coraje / contra el mal y sus monstruos! / […], vete a echar un buen polvo con una ninfa golfa / […].” (A Zeus, hijo de Cronos y Rea, desenfadadamente). La herencia griega se manifiesta en el fondo y en la forma, trasciende el espacio y el tiempo para fusionarse en texto de claro cuño borgiano: “Teseo: el laberinto se ha ensanchado. / Tu soledad también, al mismo tiempo / […]. / A las estrellas se abre la ventana / y puedes ver más lejos. Todo el cosmos / […]. / Más juntos y más gente conectando / su soledad alzada a las estrellas. […].” (El laberinto del ciberespacio). El impulso reflexivo gira en torno a eternas preguntas existenciales: “Continuamente te haces, contra el viento, / preguntas sin respuesta: ‘¿Dónde vamos? / ¿Qué somos? ¿Tiene arreglo la injusticia, / el dolor de ser hombre en el costado? // […].” (El silencio de la sirena), la inconsistencia de la actitud narcisista: “[…] / Búscate en otros ojos si no te hallas / en el vértigo azul de tu vacío. / […].” (Narciso), a lo efímero y fútil de la arrogancia, al paso del tiempo, que lo reduce todo a nada: se lamenta el yo poético en alusión a Píndaro: […] / Me creí semidiós e invulnerable / en tu círculo mágico asentado. / Y al colocarme la guirnalda ufana / y coronarme de laurel dijiste: ‘El hombre es sólo el sueño de una sombra’. / Y mi victoria corporal fue humo, / menos que la ceniza de los días. / […].” (Epinicio), a la sensualidad: “Por la entrepierna arriba te sube un ramo verde de luna / y, cuando tu desnudo pide una novia para sus nupcias, / entra en tu pecho el lento mascarón de proa / de Circe sonriendo entre la niebla. / Con sus orondas tetas te ama, te amamanta / -(La noche es una leche caliente de mujer)-, […].” (A favor de Circe), la loanza del poeta, capaz de captar tanta hermosura: “[…] / Catador de belleza, ya tus ojos / dibujan en la niebla la arboleda / y tu voz es silencio de poema. / […].” (El vate provecto escucha la voz del oráculo), la sublime y enigmática evocación de una escultura: “[…] Nunca descifraremos vuestro alado / reposo evanescente ni veremos / fuera de aquí cabezas capiteles / que así miren la tarde y la mañana.” (Cariátides), o el lenguaje: “Mimbres de la verdad son las palabras, / pero el agua en su cesto poco dura. / Resbalan las versiones de los verbos / en un arco iris de significados / […] / La belleza nos es dada en fragmentos, / en sucesión de rostros y vocablos; […].” (Trampas del logos II). Altamente recomendable este poemario, segundo que publica el nuevo sello editorial de in-VERSO, que nace con la clara vocación de acoger la mejor poesía.

© Anna Rossell