15 de noviembre de 2012

ENTRE LA NOVELA Y LA HISTORIA

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Stella Manaut, Enamorada de un cura comunista.
Desde Alfonso XIII al exilio mexicano,
pasando por la URSS y los Niños de la Guerra

Carena Editors S.L., Valencia, 2012, 214 págs.
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por Anna Rossell
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Siempre es un gozo contar con una obra de la que podemos decir que contribuye a mantener viva nuestra memoria histórica, pues los acontecimientos traumáticos de una sociedad exigen un proceso de duelo y de digestión que raras veces se hace como se debiera, precisamente cuando las partes implicadas o sus descendientes directos viven aún y remover el pasado supone para ellas enfrentarse a sentimientos de dolor o de culpa. Sin embargo enfrentarse a los hechos, conocerlos y, sobre todo, reconocerlos es un ejercicio conveniente de catarsis para los antiguos frentes, una necesidad que hace posible el análisis de los errores que condujeron a aquellas situaciones críticas y con ello hace también posible evitar caer de nuevo en ellos, hace posible la reconciliación, al tiempo que lega a las generaciones jóvenes el conocimiento más sereno y objetivo de los hechos.
Por este motivo cumple dar la bienvenida a un libro como el que hoy tengo el gusto de presentarles, la novela que Stella Manaut ha construido basada en hechos y personajes reales, como ella dice “un reconocimiento hacia aquellas mujeres luchadoras que, en una etapa tan difícil de la historia de España como es la de los primeros años del siglo XX, fueron capaces de defender sus derechos, estudiar y amar en libertad”. 
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Enamorada de un cura comunista. Desde Alfonso XIII al exilio mexicano, pasando por la URSS y los Niños de la Guerra, como reza el título, recoge la historia de España desde principios del siglo XX, aquellos años en que empezó a forjarse la España actual. El título y, sobre todo, el subtítulo anuncian ya los momentos en los que la autora hace hincapié. Así la novela nos ofrece una amplia panorámica de la convulsa historia española más reciente: con mirada retrospectiva hacia la Primera República, la Dictadura de Primo de Rivera, la Segunda República, el golpe franquista, la Guerra Civil, el envío de niños de familias republicanas a la Unión Soviética, el exilio de los vencidos, el regreso…
Como la propia autora nos informa en el epílogo, la mayor parte de los personajes de la novela son reales –llevan su propio nombre y apellido- y lo son también en lo esencial los hechos narrados. Stella Manaut los conoce bien, a unos y a otros. Porque Manaut glosa en la novela el devenir de una mujer de su familia, una tía suya, por la que la narradora profesa claramente una profunda admiración. Con empatía evidente y el conocimiento que su tía y su propia madre le dejaron de los acontecimientos Stella Manaut construye un edificio ficticio en el que hará encajar la realidad histórica:
Josefina Roca –que así se llama la protagonista-, interna en un geriátrico de un pueblo catalán que sabe su última morada, es consciente de que ha vivido cuanto hubiera de vivir y de que lo ha hecho intensamente. A su avanzada edad y en la soledad de su internamiento en hogar de ancianos lo único que la aferra aún a la vida son sus recuerdos, los sucesos que la marcaron y la sostienen, acontecimientos de unos tiempos difíciles y convulsos que reclamaban de sus protagonistas –mucho más aún si eran mujeres- un posicionamiento claro y exigían definición y madurez. Así Josefina deja de ser una única mujer para pasar a ser un prototipo determinado de mujer de su tiempo: aquella a la que tocó abrir el camino en la lucha de la mujer por sus derechos, unos derechos de los que ella sabía que conllevaban deberes y responsabilidades y que nunca los rehuyó. Por lo mismo esta novela no es únicamente un homenaje a una excepcional mujer, sino a todas las mujeres que, como ella y con ella, asumieron en España la ardua tarea de abordar su vida como ciudadanas de pleno derecho cuando la historia les ofreció un resquicio para intentarlo.
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El armazón de la novela parte de esta situación en el geriátrico y de la soledad de Josefina Roca que la lleva a rememorar su vida. La motivación para ello se la brinda la idea de escribir sus recuerdos en una libreta de notas que más tarde alguien pueda encontrar y publicar. Éste es el marco ficticio de la narración.
Así la novela está escrita teniendo en cuenta a un supuesto futuro lector, al que Josefina se dirige de vez en cuando; todo ello condiciona y marca el estilo narrativo, que alterna diferentes registros: la descripción de los sucesos históricos con carácter de crónica “objetiva” con el relato de la vida personal de la protagonista en los momentos históricos concretos y con los comentarios y reflexiones que Josefina aporta desde la actualidad de su escritura, que la autora marca con letra cursiva para distinguir los dos tiempos: el pasado y el presente, y en los que se invoca y se involucra directamente al lector.
La autora opta con decisión por mantener estos registros bien separados probablemente porque su intención es también documental y quiere darle a su obra el sello inconfundible de documento: la novela no está escrita en un único registro en que los hechos históricos pudieran desprenderse indirectamente de la vida de los personajes, sino que Manaut decide describir, aparte, primero el marco histórico, como tal, antes de pasar a continuación a glosar cada momento concreto de la vida de la protagonista, como si necesitara de este marco aclaratorio para que se comprendan en toda su profunda dimensión los retazos vitales de los personajes que el lector habrá de situar mejor después, como si no quisiera perder nunca de vista la importancia que las situaciones socio-políticas tienen para la cotidianidad de los individuos, en su devenir y en su destino. Ello se hace patente a través de lo que se desprende de los títulos de los capítulos, que rezan, por ejemplo: Breve resumen de la Revolución Rusa. Primera parte, al que siguen los títulos Mi vida en la URSS, Breve resumen de la Revolución Rusa. Segunda parte y, a continuación, ¡Por fin llega el permiso para viajar! Me voy a la “Casa nº 5”. Llego a París. Y así sucesivamente.
Esta voluntad de cronista, la de escribir un documento histórico -dirigido tanto a quienes lo protagonizaron como a las generaciones futuras a las que la autora desea dejar un legado- queda subrayada también por el hecho de que Stella Manaut escribe un epílogo en el que nos aclara el cómo y el por qué de la novela y cuyos epígrafes evidencian esta intención. Estos epígrafes son: La verdad, solo la verdad y nada más que la verdad. Devenir de los principales personajes. Familia de Manaut en México y Hablemos, ahora de los demás personajes reales. A esto la autora añade alguna bibliografía –una página- de la que ella ha echado mano para documentarse. Sin embargo se echan en falta obras de historia española de todas las etapas de que trata la novela, que Manaut a buen seguro ha utilizado como fuente. Y es de debido cumplimiento su inclusión en una futura segunda edición, pues conviene por razones de rigor de la publicación por una parte y de utilidad al lector, por otra, ya que quien lea esta novela de Stella Manaut habrá de interesarse no sólo por la literatura, sino por la historia de la España de este período. El libro capta al lector por los dos aspectos: el literario y el histórico y suscita avidez de saber más de esta etapa, de la que lamentablemente poco se enseña en nuestras escuelas y que es un deber rescatar del olvido.

© Anna Rossell

REESCRIBIR LA BIBLIA

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Thomas Mann, La Llei,
Trad. de Josep Murgades Barceló,
L’Accent, Girona, 2012, 124 págs.
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por Anna Rossell
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Todo un reto el encargo que asumió Thomas Mann (Lübeck, 1875-Zürich, 1955) en 1942, cuando se le propuso participar en la elaboración de un libro que tendría por título: Diez relatos sobre la guerra de Hitler contra la ley moral. Concebida en 1943, esta novela corta, con la que Mann participó en el proyecto, reescribe el texto bíblico del Pentateuco adaptándolo a las necesidades históricas del momento y dirigiéndolo a un lector universal, con independencia de su credo, incorporando asimismo al agnóstico y al ateo, en unos años en los que el anuncio nietzscheano de la muerte de Dios se veía confirmado por las atrocidades y la guerra nacionalsocialistas. Entendidas éstas como una arremetida frontal contra la ley moral mosaica, el autor aborda la ardua tarea de trabajar literariamente con espíritu pragmático la utilidad de los principios básicos de la convivencia humana a partir de la ley de Moisés. Mann, que había profundizado en la Biblia para la tetralogía José y sus hermanos, comenzada en 1926 y acabada en 1943, utiliza sus conocimientos en un soberano ejercicio de intertextualidad –bíblica y nietzscheana-, en el que elabora su discurso jugando con el original, añadiendo, quitando, matizando o trasponiendo, para -contrariamente a Nietzsche en su Genealogía de la moral- marcar un norte de moralidad ecuménica, reconstruyendo a su manera la génesis de los Diez Mandamientos.
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Para lograr la universalización y actualización del texto, Mann se permite licencias que únicamente le son dadas al escritor de ficción y emplea técnicas de extrañamiento que más tarde aplicaría Brecht en su teatro épico, de modo que el texto resulta al mismo tiempo conocido y sorprendente: el narrador omnisciente de Mann desprovee su relato de lo milagroso difícilmente creíble para el lector ilustrado del siglo XX: no le hace recibir a Moisés su decálogo directamente de Dios, cambia alguna relación de parentesco con respecto al original bíblico, atribuye a causas naturales y climáticas los milagros de la separación de las aguas del Mar Rojo y del maná, ironiza con el personaje de Moisés, añade anécdotas o traslada al contenido del Pentateuco algún mandamiento del Libro de los Proverbios. A la intención universalizadora contribuye también el hecho de que el autor alemán hace inventar a su protagonista un sistema de signos con los cuales, según afirma el narrador, se pueden escribir los Diez Mandamientos en todas las lenguas.
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El relato está concebido como antítesis de la regresión moral a la que había conducido el nacionalsocialismo, que, aplicando la consigna de la pureza de raza y la ley del más fuerte, había infringido la moralidad básica de la tradición judeo-cristiana. El texto está salpicado de claras alusiones al terror y a la guerra nacionalsocialistas, como cuando habla de “la marronosa gentada” (esp. “el pardo gentío”) para evocar a las SS o cuando, en la conclusión, se pronuncia una maldición contra todo aquél que lleve al pueblo a conculcar la moralidad humana, en clara referencia a Hitler, como el propio autor reconoce en una carta a Alexander Moritz Frey del 14 de mayo de 1945. Asimismo, y en calculada contraposición al ensalzamiento nazi del racismo, Mann insiste en la ascendencia mestiza de Moisés y desautoriza la aspiración nacionalsocialista recordando que es precisamente un mestizo quien sienta las bases para una Ley unificadora de las tribus hebreas en un pueblo y transformar el caos en armoniosa convivencia. Distanciándose del utópico pacifismo y fiel en esto al relato bíblico, la novela no elude la relación entre moralidad y violencia, que asume como humanamente inevitable, si bien hace recaer los asuntos bélicos en el personaje del joven Josué, liberando así de este rasgo a Moisés.
En el juicio al negacionista del holocausto Ernst Zündel, al anunciar la sentencia condenatoria, el juez leyó la maldición arriba mencionada, con que Mann termina su relato. Un elogio a la traducción de Josep Murgades, que sabe encontrar –no es tarea fácil- un registro léxico catalán adecuado al que acuña el autor alemán en el original.

© Anna Rossell

DESENMASCARAR LA CONSCIENCIA

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Ödön von Horváth, El eterno pequeñoburgués. Novela edificante en tres partes.
Trad. de Isabel García Adánez,
Marbot Ediciones, Barcelona, 2012, 218 págs.
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por Anna Rossell
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Un acierto la publicación de esta novela de Ödön von Horváth (Fiume –hoy Rijeka-, 1901/París, 1938), autor austrohúngaro de expresión alemana. Sobre todo porque es la pieza que le faltaba al lector español para disponer al completo de lo que nació como una trilogía, de la que El eterno pequeñoburgués, que vio la luz en 1930, es el primer volumen –el sello Espasa había publicado en 2001 y 2002 los otros dos: Juventud sin Dios y Un hijo de nuestro tiempo-. Horváth, que se dio a conocer en los años veinte del siglo pasado como prolífico dramaturgo, dejó sólo cuatro novelas, escritas en los últimos años de su vida, y nos legó con ellas en clave de ficción un documento del ascenso del nacionalsocialismo al poder.
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Horváth nunca se afilió a ningún partido político, pero simpatizaba con la izquierda y supo reconocer como pocos los síntomas sociales que propiciaron el caldo de cultivo en el que iba fraguando el nazismo. Él, que había cursado en Múnich estudios en sicología, literatura, teatro y arte, supo captar la sicología de la desclasada clase media emergente, que con su actitud haría posible el proyecto de Hitler. La obra de Horváth, en su conjunto, es una afilada crítica político-social de su tiempo a través de un amplísimo abanico de representantes de la pequeña burguesía. Sus personajes son individuos alienados, casi siempre pobres diablos sin conciencia ellos y seres indefensos ellas, atrapados bajo la opresora mano patriarcal a la que no consiguen sustraerse y a la que a menudo hacen el juego. Horváth, que conocía la obra Die AngestelltenLos asalariados-, del sociólogo Siegfried Kracauer, se propuso retratar a través de sus protagonistas con ojo experto y aguda observación sicológica una sociedad en la que podía medrar y medró cualquier política. A este fin adaptó un subgénero teatral ya existente, especialmente útil a su intención, el Volksstück –pieza de tendencia trivial y gusto popular con protagonistas de raigambre popular-, que él subvirtió, poniendo en boca de sus figuras lo que denominó el Bildungsjargon, una jerga pseudocultivada para desenmascarar la verdadera conciencia de los personajes. Nada de esto se echa en falta en El eterno pequeñoburgués. Ya el título es programático en su intención caracterizadora de un prototipo y el subtítulo, Novela edificante en tres partes, anuncia el registro irónicamente punzante y caricaturesco. Las que en principio estaban concebidas como tres historias independientes –la del señor Kobler, la de la señorita Pollinger y la del señor Reithofer- se nos presentan unidas en una para ofrecer al lector un espectro matizado de caracteres y subrayar el ademán generalizador. Se pierden en la traducción -como bien señala Isabel García en la introducción- las connotaciones que sugiere el sociolecto en que Horváth hacía hablar a sus personajes –elemento también esencial del Volksstück- y la que contiene la palabra alemana Spießer del título original –Der ewige Spießer-, que alude a una actitud más que a una clase social y que en español pudiera recoger mejor el término filisteo, pero la novela sigue conservando su fuerza y su voluntad de ácida delación. Horváth construye su crónica, que transcurre en 1929, principalmente sobre estos tres caracteres: el bobo y egoísta Kobler, vendedor de coches usados, estafador nato y arribista, que viaja a la exposición universal de Barcelona a la caza de alguna millonaria que lo mantenga, su amiga Pollinger, modista, que siguiendo su consejo se vuelve práctica y se hace prostituta, y el señor Reithofer, quien en un arranque de filantropía la devuelve a la vida honrada consiguiéndole por amiguismo un trabajo de costurera. La novela está escrita en un registro extremadamente hilarante de denuncia, los personajes, de trazo caricaturesco, son con todo a buen seguro más realistas de lo que a primera vista pudieran parecer. Del teatro del autor, que en España llegó a algunos escenarios en los ochenta, se han traducido Historias de los bosques de Viena. El divorcio de Fígaro (Cátedra, 2008), en español, y, en catalán, Amor, fe, esperança (Arola, 2007).

 © Anna Rossell

LITERATURA COMO RESISTENCIA

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por Anna Rossell 
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Antonio G. Iturbe, La bibliotecaria de Auschwitz,
Planeta, Barcelona, 2012, 481 págs.
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Se ha escrito mucho sobre el genocidio nazi, la temática ha cristalizado en todo tipo de géneros y registros y la han tratado víctimas directas e indirectas o simplemente autores interesados. Sin embargo no puede decirse que se haya escrito demasiado. Nunca es demasiado cuando los hechos narrados son históricos y reclaman conocimiento y memoria, nunca es demasiado cuando lo que se narra aporta contenidos nuevos, nunca es demasiado si contribuye a difundir lo que cumple divulgar con urgencia para la prevención. Porque Antonio G. Iturbe (Zaragoza, 1967) consigue en su novela, históricamente muy bien documentada, La bibliotecaria de Auschwitz, un texto ameno -a pesar de la dureza de lo narrado-, que reproduce en la ficción una historia real, apta para la lectura de adolescentes y adultos.
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A partir de un dato que le proporcionó Alberto Manguel en La biblioteca de noche: la excepcional existencia en Auschwitz de un Campo Familiar -escaparate para la propaganda internacional-, al que los nazis trataban con menor crueldad, Iturbe reconstruye la historia del horror de aquel campo de exterminio, centrando la atención en el Bloque 31 donde vivieron quinientos niños, y en su biblioteca clandestina de ocho libros a cargo de la niña de nueve años, sobre quien recae el protagonismo: Edita Adlerova –Dita-. La narración, en tercera persona, acerca sin embargo la perspectiva a la mirada de la muchacha al focalizarse la trama en Dita, lo cual facilita la empatía, sin caer en ningún momento en la sensiblería. Al contrario, Iturbe sabe describir la ignominia con toda su crudeza pero sin morbosidad y nunca sucumbe al maniqueísmo. La historia, que arranca en el Auschwitz de 1944 y acaba poco después del final de la guerra, cuando Dita ha cumplido dieciséis años, da cuenta del calvario de una familia judía desde la entrada de los nazis en Praga hasta su derrota en 1945. Recorremos con Dita, en retrospectiva, el camino de Praga al gueto de Terezín y de allí a Auschwitz, donde trascurre el grueso de la acción, hasta que es deportada a Bergen-Belsen. En esta trayectoria sabremos del hambre, del miedo, de la enfermedad, de la desesperación, de la tortura, de la muerte, pero también de la resistencia, del amor, de la ternura, la amistad, la solidaridad y la esperanza. Un recorrido que rinde homenaje a la literatura como tabla de salvación de la humanidad, como algunas víctimas han atestiguado (Ruth Klüger, Seguir viviendo).
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Sabido es desde hace mucho que los límites entre realidad y ficción son a menudo difíciles de definir y que la verdad histórica se reconstruye y se refleja con frecuencia mejor en un relato ficticio que en una crónica. Éste es el caso de la novela de Iturbe, que logra albergar en sus páginas los variados y algunas veces sorprendentes matices de la vida en Auschwitz-Birkenau, un lugar donde, a pesar de ser símbolo del mayor horror del siglo XX, sigue siendo increíblemente posible el gesto humanitario.
Iturbe tiene una intención claramente documental que quiere dejar patente conservando los nombres de la mayoría de las figuras que intervienen, todas ellas reales –cambia únicamente el nombre o el apellido de algunos protagonistas-. El autor subraya esta intención añadiendo al final un “Epílogo” en el que explica cómo siguió en la realidad la vida de Dita, una “Etapa Final” en la que da cuenta del camino que recorrió la documentación de la novela y de su relación después con la verdadera Dita, a quien localizó en Israel, una “Bibliografía Principal Consultada” y un “Anexo” en el que se informa al lector sobre el devenir de algunos de los personajes –víctimas y verdugos, aunque predominan estos últimos-: Rudi Rosenberg, Elisabeth Volkenrath, Rudolf Höss, Adolf Eichmann, Petr Ginz, David Schmulewski, Siegfried Lederer, Hans Schwarzhuber, Josef Mengele, Seppl Lichtenstern y Margit Barnai. Una novela muy recomendable de un autor que lleva veinte años dedicado al periodismo cultural.
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© Anna Rossell

LA RAZÓN PERSONAL, ÚLTIMA INSTANCIA DE LA MORALIDAD

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Bernhard Schlink, Mentiras de verano
Trad. Txaro Santoro
Anagrama, Barcelona, 2012, 258 págs.
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por Anna Rossell
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 Después de la famosísima novela El lector, que catapultó a Bernhard Schlink a la fama –traducida a 39 lenguas, fue el primer libro alemán que encabezó los más vendidos en la lista del New York Times-, cualquier nueva publicación del autor es esperada con impaciencia y hasta acogida con exagerada generosidad. Es difícil superar o incluso igualar el logradísimo equilibrio entre la acertada selección de ingredientes que reunía El lector: polémico por excelencia, sobre todo en su país, por poner el tema del nacionalsocialismo una vez más en la palestra bajo una óptica osada y renovada, el arte de saberlo prolongar planteándolo en su vertiente filosófica universal, una buena dosis de suspense en el desarrollo y la habilidad para suscitar una porción de mórbido interés a través de la relación sentimental entre sus protagonistas, un joven alumno de instituto y una mujer madura. Mentiras de verano, publicado en Alemania en 2010, que desde abril cuenta ya con la segunda edición en España, no ha sido concebido con la ambición de la novela, ni tan siquiera con la algo más modesta de la serie del inspector Selb del mismo autor, de la que el lector hispanohablante puede gozar también en lengua española. El acertado título parece querer no llevar a nadie a engaño, anuncia la intención de una serie de textos sin desmesuradas pretensiones, de fácil lectura y temática desenfadada, ideal como entretenimiento de verano. Y cumple con este objetivo esta colección de siete cuentos, que, con todo, sigue teniendo el sello filosófico que caracteriza todos los escritos de su autor, que tampoco ahora renuncia a plantearse preguntas y a confrontar a sus lectores con la complejidad del comportamiento humano.
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Bernhard Schlink (1944, Großdornberg –Alemania-), parece querer compensar en la ficción literaria el espinoso realismo de la práctica de su profesión de juez, pues todas sus obras giran en torno a la dicotomía ley versus justicia como dos planos diferentes condenados a no coincidir. Y si bien el autor pretende plantear el tema de modo imparcial y lanzar al aire la pregunta sin arriesgar una respuesta, se insinúa claramente la tesis de que la injusticia es inherente a cualquier sentencia.  Así tanto en la serie policíaca de Selb como en El lector la ley se nos presenta como un instrumento inapropiado para administrar justicia y en este último se hace evidente que la moralidad y la legalidad siguen caminos propios y trabajan con materiales distintos. A Schlink le interesa estudiar esta temática, que a menudo le hace plantearse la moralidad de la verdad y la mentira. Ya El lector partía de una mentira en el desarrollo de la trama. En Mentiras de verano Schlink explora las consecuencias de la mentira (o de silenciar la verdad) en la vida de los protagonistas de sus siete historias –algunas algo forzadas- y en sus relaciones. En este caso el autor alemán sale airoso en su intención de no juzgar a sus personajes, la voz narradora se abstiene de cualquier opinión, ni siquiera insinuada, y se limita a su papel de observador imparcial que transmite los hechos tal y como supuestamente sucedieron. Tampoco existe en lo narrado un intento de introspección sicológica, si hay que arriesgar alguna tesis, quizá entonces la de que todos los seres humanos nos servimos en la vida de la mentira, más o menos consciente –también del autoengaño-, para compensar nuestra debilidad y encontrar el propio equilibrio en situaciones de otro modo insuperables o superables sólo con dolor y dificultad. Ante la imparcialidad del narrador cada historia –una breve incursión en la vida cotidiana de individuos corrientes- lleva al lector a plantearse por sí mismo el por qué de la mentira, incluida la propia; a cada lector le corresponderá en cada caso la respuesta. Vistas las Mentiras de verano como una parte del conjunto de su obra, diríase que el autor subraya la motivación personal como único y auténtico referente moral.

© Anna Rossell